Hace un par de días tuve una experiencia de esas que se vuelven difíciles de olvidar, y que le enseñan mucho a uno. Fue en la noche que llegaba yo de hacer unas diligencias, y mi esposa me pidió que fuera a comprar unas pupusas.( Las pupusas es el plato típico más famoso de mi país El Salvador y lo venden en todas partes). La pupusería está cerca de la casa pero cuando salí cabal empezaba a caer una tormenta por lo que me tuve que ir en el carro, y solo me subí al mismo, y se vino más fuerte la lluvia. Me dirigía a la pupusería, cuando en el trayecto vi caminando por la acera a una persona. Me llamó la atención porque vi que cargaba 2 bultos grandes, y que no llevaba sombrilla sino que a puras penas cubría su cuerpo con unas bolsas plásticas. Por la lluvia no sabía si se trataba de una mujer o un hombre, o si era de esas personas ebrias que a veces suelen andar deambulando en las calles. Solo pude ver que era alguien de baja estatura. Me dio compasión por el hecho de que caminaba muy lentamente apoyándose en lo que parecía un bastón y se iba mojando.
Pasé de largo la escena por el tráfico, y llegué a la pupusería. La señorita que cobra se había equivocado en la orden al tomarla por teléfono y nos había puesto más de lo que se había pedido, igual pagué y me fui para la casa. Cuando me estaba bajando del carro frente a la casa, en la acera de enfrente iba pasando el personaje que hacía unos 15 minutos había visto caminando bajo la lluvia, y ya de cerca pude darme cuenta que se trataba de un anciano ya bastante entrado en años, que apenas se cubría de la lluvia con 2 bolsas plásticas negras y una cachucha, y cargaba en efecto 2 bolsas en su espalda.
En ese momento entré a la casa, le dejé a mi esposa el encargo de las pupusas y le conté del anciano que había visto. Le dije que quería regalarle de las pupusas que nos habían puesto de más, a lo que ella accedió, y le agregó unas galletas que teníamos. Preparé la bolsa y salí a buscar al anciano.
Al salir la lluvia aun continuaba, y el anciano ya se había alejado unas 2 cuadras de la casa. Por un momento pensé: Mejor ya no, ni es la gran cosa la que le voy a regalar, además la lluvia sigue !!. Pero inmediatamente el Espíritu Santo me habló y me dijo: "Alcánzalo y bendícelo", y empecé a caminar.
Mientras avanzaba y me acercaba pensé: "Lo debería llevar en el carro. Si voy a hacer una buena obra mejor la hago completa".
Finalmente lo alcancé y le hablé. Cuando lo saludé y le dije: "Buenas Noches", el anciano lentamente me volvió a ver. Cuando lo ví, era un ancianito de piel morena, tipico de nuestras razas mestizas de América. Su rostro se veía arrugado por los años. Su espalda encorvada por el paso del tiempo. Cubría su cuerpo de la lluvia con 2 bolsas negras, de esas que se ocupan para la basura, y su cabeza con una gorrita negra ya bien vieja. No era un bastón el que llevaba, sino un palo de escoba cortado que hacía las veces de bordón. Cargaba en su espalda dos bolsas grandes donde después me contó que llevaba sus pertenencias. Después de mi saludo, él me respondió gentilmente igual.
Entonces yo le dije: Mire aqui le quiero regalar esto para que cene, y él muy contento lo recibió y me agradeció. Luego le pregunte hacia donde se dirigía y él me respondió que ahí cerca; por lo que ofrecí llevarlo en el carro, pero me dijo que NO a pesar de que se lo ofrecí en varias ocasiones. Entonces le dije: Me permite acompañarlo hasta donde va y él asintió. Le ayude con la bolsita de la cena que le había llevado y nos fuimos caminando a su paso lento.
Caminamos como unas 7 u 8 cuadras. En ese lapso me contó que se llamaba Alejandro, que tenía 78 años, y que vivía con unas tías y hermanas mayores que él, en una zona marginal cercana, pero que todos los días se iba a la parroquia católica que está como a 1.5 kms, porque ahí le daban comida y así no molestaba a sus familiares. Me contó que su esposa e hijos vivían también en El Salvador, pero en un departamento del interior, y desde hacía bastante tiempo ya no sabía nada de ellos, pues no lo venían a ver porque ya no tenían tiempo debido a sus ocupaciones.
Sin darme cuenta el tiempo pasó y llegamos cerca de su casa. Me dijo: "aqui me quedo", y me agradeció por la comida que la había dado pero sobretodo porque le había hecho compañía y había hablado con él. Me despedí, estreché su mano y lo bendije, y él se perdió entre las casas de la zona marginal.
Caminando de regreso a casa, reflexionando sobre lo que había vivido, me di cuenta que el más bendecido con este encuentro y con esta mojada caminata fui yo. El recibió comida, yo recibí muchas enseñanzas de vida. Lo que en un momento dudé en hacer, me trajo muchísima bendición. Pero lo que más me impactó y me enterneció, fue que a pesar de su condición y que venía caminando desde lejos bajo la tormenta, don Alejandro durante las 8 cuadras que caminamos y platicamos, siempre tuvo una cálida sonrisa dibujada en su rostro.
No lo puedo negar, durante el regreso a casa se me rodaron las lágrimas. Reconocí que hay tanto, pero tanto, porque agradecerle a Dios cada día, y sencillamente se nos vuelve algo cotidiano el hecho de tener un techo y no aguantar las inclemencias del tiempo, el hecho de que haya comida en nuestras mesas, el hecho de que no nos falta el vestido ni el calzado, el hecho de que estamos sanos, que tenemos un trabajo, y que tenemos a nuestro lado a esos seres queridos que tanto nos aman.
No se si voy a volver a ver a don Alejandro, a lo mejor nuestros caminos se crucen algún día nuevamente ahí por la colonia, espero que así sea.
Gracias Señor Jesús por que esa noche te vestiste de don Alejandro y me hablaste; gracias por haberme hecho ver que soy una persona tremendamente bendecida.
Gracias Don Alejandro por todo lo que aprendí a su lado esa noche.